Verónica Francés Tortosa // UNAB
Guardo buenos recuerdos de mi último año de Arquitectura. No tanto por tener que elaborar un Proyecto Final como cierre de una Carrera, sino por entenderlo como puesta a prueba de qué quería hacer a futuro. Mi PFC no hubiera sido posible sin mis amigas Natalia Blay y Nuria Gambín, quienes me apañaron en la entrega final, cuidándome, comiendo rico y grabando el video de presentación. Ni tampoco sin el apoyo de varios profes de la ‘escuela Alicante’, como Enrique Nieto, Miguel Mesa, Pencho, Iván Capdevila, Vicente Iborra... En medio de una precariedad manifiesta, valoraban los procesos creativos diferentes, frágiles, por su potencia para dar vuelta al valor de las cosas. Las cosas podían hacerse de otro modo, y eso lo aprendí con ellas.
Por ello mis asignaturas favoritas fueron variando año a año, más que por su temática, por ‘cómo’ se producían. Por ejemplo, el primer año de Proyectos los profes hicieron una huelga que desembocó en un curso completo de Talleres Verticales. Pude compartir aula con estudiantes de todos los cursos, y sin duda influyó en mi camino posterior. También tuve un curso de Urbanismo con una aproximación ecológica a distintas escalas en la ciudad de Murcia, y fue súper entretenido realizarlo en grupo, con visitas a terreno, maquetas, bosquejos a lápiz, paellas y coca amb tonyina con mis compañeras Julia Cervantes, Pepe Bernad y Mario Catalá.
También hubo bastantes contratiempos en mi paso por la escuela. Lo pasaba fatal cuando me daban un enunciado y me obligaban a concretar en un plano. Y esto me pasaba en todos los cursos: Construcción, Instalaciones, Proyectos, Urbanismo… Todo me parecía muy mecánico y despojado de vida. Por eso mi año favorito fue cuando conseguí una beca Séneca de intercambio a la Universidad Politécnica de Madrid. Allí pude elegir asignaturas complementarias, como Cine y Arquitectura o Arqueología Industrial, y conocer estudiantes de otras escuelas con quienes compartir aprendizajes y vivencias que posteriormente desembocaron en mi PFC.